28.11.09

Su corazón bombeaba a mil por minuto.
Pum, pum. 1, 2, 3. Pum, pum, pum.
Él la miró con preocupación.
Ella sentía que su corazón iba a explotar, y que era mejor que él se fuera.
Él la abrazó con toda la fuerza que tubo y le besó la frente.
Ella sintió que la sangre se le subía a la cara y solo sonrió.
Entonces, un fuerte viento azotó la ciudad.
Las luces se apagaron y todo quedó en silencio.
Un fuerte ruido había provocado todo eso.
Una explosión, a no menos de 10 metros había producido el pánico en ellos.

24.11.09

Flores Marchitas

Traté de abrir los ojos cuando aún estaba en la sala de cuidados intensivos.

No tenía ni idea de cuando tiempo pasó después del accidente. Solo quería levantarme, respirar un poco de aire fresco y volver a abrir los ojos.

- No te esfuerces en levantarte – dijo una voz masculina – aún no estás lista para ver el mundo.

- Diablos… - dije sin pensar

- Como te sientes – me preguntó la voz masculina

- Fastidiad, aburrida …

- Me refería a si te has sentido mal cuando te despertase, o si te duelen los ojos

- No nada de eso

- Excelente – hizo un sonido como si escribiera sobre papel, y siguió hablando – creo que estas mejorando aceleradamente, eso es una buena señal

- Aja…

- Eso es todo por hoy Daniela – dijo esto ultimo caminando

- Espere – dije alarmada – ¿no me va a quitar las vendas?

- Aún no, tal vez de acá a unas semanas

- ¿Qué? Yo no puedo esperar tanto tiempo – dije asustada

- Lo siento, eso no lo digo yo lo dice mi superior, te vendré a ver en la tarde

- Genial – esto ultimo lo dije rechinando los dientes, pero el doctor no lo llegó a escuchar, se fue muy rápido por el pasadizo.

Genial, encima de ciega estaba sola. Mis padres, no se donde estaban ahora, estoy segura que ni siquiera se acuerdan de mí. Genial.

Amigos no tenía así que ni contar con ellos. Dios, me iba a morir así, sin hacer nada, aburrida, sola y ciega ¿Qué más se podía pedir?

Y mientras egocéntricamente solo pensaba en mí y mi agonía en aquella tétrica clínica, una dulce voz me hablo.

- Hola – dijo una voz varonil – ¿puedo entrar?

- ¿Quién eres? – pregunté indecisa

- Me llamo José

- Ahh, ¿eres enfermero o algo así?

- No – y empezó a reírse – yo estoy en la habitación contigua a la tuya, escuché por ahí que estabas sola y aburrida, así que vine a verte

- …

- Pero si te incomoda me iré

- No, no te vallas - le dije estirando los brazos - a veces me aterra estar sola, gracias por tomarte el tiempo de venir a verme. Me llamo Daniela, tengo 15 años.

Tomo mis brazos y los bajó. Escuché que jaló una silla metálica hasta mi cama, se demoró un poco más de lo normal, así que supuse que le fue difícil hacerlo. Se sentó y empezamos a hablar, bueno, más yo que él, le contaba sobre el colegio, mi familia, mis problemas, lo incomodo que era estar aquí y miles de cosas más. Él solo escuchaba y se tomaba el tiempo para comentar o aconsejarme.

Cada día, después de que el doctor se iba, venía a verme, a veces me traía chocolates o flores, me hacía escuchar música o cantaba. Era genial contar con su compañía, me hacía reír, me hacía sentir bien. Cada día que pasaba me sentía más segura, más feliz, ya no me importó más estar ciega. Pero cada día que pasaba, su voz se apagaba y lo sentía débil. No quize preguntar que le pasaba, sentía miedo y solo callé.

Faltaban 3 días para que me quitaran las vendas, eso era algo bueno. José se demoró más de lo acostumbrado. Me trajo flores y se sentó a lado mío como siempre.

- ¿Cómo estas? – me preguntó con las voz más apagada del mundo, no lo culpó, sabía que no era él.

- Bien, pasado mañana me quitan las vendas ¿no es genial?

- Genial, te lo mereces, haz esperado mucho tiempo

- No quiero irme – le dije decepcionada

- ¿Porqué? pensé que esto era lo que más querías en el mundo

- Te extrañaré – le dije buscando su mano

- Yo estaré siempre, puedes venir a verme

- Lo haré, no lo dudes

Se levantó y se fue. No se despidió y nosé porque.

Al día siguiente no vino, y tampoco el siguiente.

El día en el que me quitaban las vendas de los ojos llegó. Me sentaron y con cuidado me fueron quitando las vendas. Abrí los ojos muy despacio. La luz era muy fuerte para mí, y mis ojos se habían acostumbrado a la oscuridad. Cuando parpadeaba para poder controlar mis ojos, pude ver a un hombre parado en la puerta de mi habitación. Tenía el cabello negro, la piel sumamente blanca, era alto, iba vestido de blanco y… desapareció.

Supuse que era José y que se fue un momento.

Mis padres llegaron para que me lleven devuelta a casa.

Le pedí al doctor un último favor. Quería despedirme de José antes de irme a casa.

Cuando le pregunte por él, me miró fijamente, me tomó de los brazos y me dijo:

- ¿El del la habitación contigua, que tenía leucemia crónica?

- Qu..qu..quee tenía? A que se refiere – pregunté temblando

- Murió hace tres días, en la tarde, ¿no lo sabías?

Me quede estúpida ante tal respuesta. No podía creer…no lo podía aceptar.

Me sentí terriblemente mal, al darme cuenta que no sabía absolutamente nada de él, aparte de que se llamaba José Valverde, de que tenía 18 años y que estaba en cuidados intensivos igual que yo.

Solo me quedaron de recuerdo aquellas margaritas que me dejo el 3 de septiembre en mi habitación antes de irse para siempre.

+ Este cuento lo escribí para un concurso, pero creo que no ganó porque no llegó nada al colegio. Espero que les guste. Comenten (:

9.11.09

En el Muelle.

El cielo gris acompañaba la tarde.
Algunos rayos de sol lograban salir por entre las nubes, triunfadores, por tal hazaña.
El interminable mar azul, arrastraba las olas, como recuerdos que no querían ser olvidados.
La arena, cómoda y caliente, estaba tendida, ahí, para cualquiera que la necesitara. Ella esperaba tranquila, paciente. No tenía apuro, se quedaría para siempre.
Decidí dejar mis huellas por el viejo muelle.
Miré el mar, aspirando su olor y dejándolo guardado en el pomo, el que estaba más alto en la estantería, para cuando quisiera volver a recordar aquel momento.
El muelle quería llamar mi atención, entonces habló.
Una tabla vieja me hizo tamborilear y me sujeté de la baranda.
Ella es el espectaculo, pensé.
Era inmensa, parecía una eternidad recorrerla. Era vieja y gastada, pero ese era su encanto.
Entonces cerré los ojos y caminé con los brazos extendidos.
El muelle seguía hablando, y yo tamborileaba en respuesta.

Qillqa.

2.11.09

Lluvia. Frío.

Meditabunda, caminaba bajo la lluvia con el abrigo negro y las botas marrones. La lluvia nublaba las lunas de mis anteojos así que me obligué a quitarmelos. Esperé a que el semáforó cambiara de luz para poder cruzar. Ansiosa, cruzé la pista rápidamente, entre charcos de agua sucia de lluvia y gente que venía de muchas direcciones.
Caminaba demaciado rápido, como si alguien me persiguiera - pero si lo preguntan, siempre fui así, media paranoica, yo diría un poco tocada de la cabeza -. Mientras caminaba me ponía la capucha y metía las manos en los bolsillos para no perder calor. Sin lentes, yo era nada, así que sin querer, choque con él, y él sin saber - y sin querer - me empujó. Caí sobre el piso mojado. Mis lentes volaron por algún sitio. No me levanté. Busqué a tientas - ¿esta bien dicho tientas?- mis lentes. Alguien me los alcanzó desde arriba. Alcé los ojos pero me fue difícil reconocerlo - o mejor dicho, verlo bien -. No era él, era otro. Me ofreció un mano. Yo la rechazé, me paré y seguí caminado, igual de rápido, igual de loca como acostumbro.


Quillqa