Alana despertó hoy, confundida e indispuesta. El cielo nublado y la tenue garúa, le hicieron creer que era temprano, pero eran ya las 11 a.m.
Se levantó y fue a la cocina a prepararse un café, pero no se dio cuenta si lo que le echaba a la taza era café o cocoa. Que importaba, la cuestión era llenar el estómago para que dejara de sonar. Mientras movía la taza (de café o cocoa) con azúcar, miró el celular por si tenía alguna llamada perdida. Nada. Ella sabía que ese acto era inútil, puesto que no había escuchado esa canción de Santana, y él nunca la volvería a llamar, nunca. Tiró el celular a la mesa, lo más despacio posible como para que no le ocurriera nada y sorbió su taza, de un solo golpe. No le supo a nada.
Abrió las cortinas de la sala y se sentó en el sillón, a mirar las montañas verdosas cubiertas de niebla. Era un espectáculo hermoso que no le interesaba en lo más mínimo. La mayoría del tiempo miraba distraidamente, mientras su mente volaba hacia otro lugar.
El reloj dio las 12 m. y Alana aún seguía en camisón. El cielo empezó a despejarse, y un tímido rayo de sol comenzó a asomarse. Alana odió de inmediato ese arrebato del clima. Lo odiaba porque le hacía recordar a él. Se rió, y mientras lo hacía, pensaba: Eres una estúpida Alana, si siempre piensas en él.
Alzó las piernas en el sillón y los rodeo con sus brazos. Apoyó su mejilla izquierda sobre sus rodillas y miró su reflejo en el vidrio de la ventana. Mientras observaba sus ojos, recordó la primera vez que le dijo amor. Un sonrisa cansada se pintó sobre su rostro inexpresivo, pero se desdibujó rápidamente. Cerró los ojos. Quería no pensar, no recordar, no torturarse más con él; pero tampoco quería seguir drogándose para dormir, y dejar de vivir, aunque hacía tiempo que ya había dejado de hacerlo.
Se paró y subió y su habitación. Se bañó, cambió y arregló. Mientras terminaba se ponerse el rubor sobre el rostro, pensaba: Haz sido demasiado estúpida, Alana. Que se vaya a la mierda ese pobre diablo, que hoy sales a matar.